Tuve que descubrirme y luego, reinventarme.
Tuve que descubrir quién había sido y porqué, y verlo todo con otros ojos y con otro color, como los caleidoscopios de mi infancia.
Me creí una nueva versión de mi. Una versión a color.
Una versión que ya no anhelaba los calcetines olvidados ni los espejos para descubrirse.
Pero como las princesas, yo también acabé encontrando una rueca con la que pincharme un dedo.
Y recordé el color de la sangre.
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